jueves, marzo 15, 2007

“Consejos vendo y para mí no tengo”


Publicado en el periódico diagonal en marzo 2007. Por Guillermo Reundueles

SALUD MENTAL / EL SÍNDROME ’BURN OUT’ O ‘QUEME PROFESIONAL’ DE LOS PSIQUIATRAS

“Consejos vendo y para mí no tengo”

Guillermo Rendueles

A los psiquiatras cabe describirlos con este viejo refrán, porque son uno de los gremios con peores indicadores de salud mental: padecen un mayor índice de suicidios, divorcios, bajas laborales y alcoholismo que el resto de la población. El psiquiatra Guillermo Rendueles analiza algunas causas del queme profesional en este colectivo.

Hay trabajos que cansan y que también son malos para la salud mental, como el de minero, por ejemplo. Pero hay otros que queman por su inutilidad real y su necesidad de aparentar saberes o poderes que no tienen. La pedagogía, la política y la psiquiatría son los mejores exponentes de esas labores que invierten una gran actividad vocacional con unos resultados tan escasos e inciertos que hacen caer a sus practicantes en un estado parecido al de los animales de experimentación que sufren de ‘indefensión aprendida’: cuando los esfuerzos por salir de una piscina de una rata no obtienen resultados se deja ahogar sin gastar todas su fuerzas.

APARENTAR SABER

La primera de las causas del ‘queme’ psiquiátrico parece tener que ver con la conciencia de esa necesidad de ‘aparentar saber’ para ejercer el conjunto de legitimaciones del poder que la ideología dominante exige de la práctica psiquiátrica. No es un proceso nuevo: en el manicomio la única función real de la psiquiatría era el encierro que complementaba la función carcelaria. Los psiquiatras de manicomio escribían enormes historias clínicas, y construían disparatadas teorías para explicar patologías que el propio encierro creaba: catatonias, delirios ocupacionales (como las conductas de los osos creadas por la cautividad del zoológico), etc.

La psiquiatría actual asume unas promesas terapéuticas megalomaníacas con escasos saberes y sus practicantes se ‘queman’ en ese ‘juego de farol’ de una práctica pretenciosa. La promesa psiquiátrica que aminora los riesgos de la vida en el mercado liberal dice algo así: “Aunque te comportes como un cerdo egoísta, en eso consiste la racionalidad capitalista, no tengas ningún lazo afectivo ni ningún grupo naturalsolidario, si la desgracia te alcanza habrá un especialista que te dará afecto, escucha y apoyo”.

FALSOS MÉDICOS

Quema a los psiquiatras también la falsedad de tener que diagnosticar como médicos, a veces con unas exigencias de exactitud muy altas de cara a invalideces laborales o peritaciones que determinen cuánto de delincuente o de loco tiene alguien, a partir de la ambigüedad de una charla. Quemarse parece lógico al tener que responder cotidianamente preguntas imposibles, como la del inspector médico que pregunta al psiquiatra: ¿puede trabajar este paciente que se queja de ánimo bajo e insomnio? O la más comprometida del juez: ¿es imputable la conducta de este violador o sus traumas le eximen? ¿Este preso sigue siendo peligroso o se le puede dar la libertad porque ya está rehabilitado? Los psiquiatras han de corregir sus errores prácticos, más como magos o astrólogos que como el resto de los médicos que pueden identificar un error de observación o de cálculo cuando un tratamiento es erróneo, bien, por ejemplo, porque no se identificó la sombra pulmonar de la neumonía o se calculó mal la dosis de antiinflamatorios.

El error psiquiátrico induce a un estado de fracaso vital semejante al del adivino que pone en juego su persona para hacer un pronóstico. El error provoca la quiebra global de la autoestima: no fui lo suficientemente cálido para evitar que fulano se suicidase o no volviese a drogarse o comiese...

DIFERENTES ESCUELAS

La división en escuelas teóricas de psiquiatría diversas es otro factor central de ‘queme’, porque amplifica todos los factores de inseguridad anteriores. Algo tan paradójico como que acuda uno a un centro de salud y le toque un psiquiatra de orientación psicoanalítica y le diga que hasta dentro de unos meses de cura no tome ninguna decisión nueva o le aconseje que indague en su pasado, frente a otro paciente al que le toque un sistémico que le incite a volver con toda su familia y a cambiar las conductas problemáticas de inmediato es perfectamente posible e incluso habitual. El gran problema de la psiquiatría es que en el mismo centro de salud mental público puede haber tres psiquiatras de escuelas distintas con prácticas divergentes.

FÁRMACOS DE LA FELICIDAD

Los monopolios farmacéuticos vienen a amargar-endulzar la práctica psiquiátrica. En colaboración con el Estado y con el mercado, los fármacos ‘psi’ ofrecen un bálsamo que cura todos los agobios producidos por una vida atroz que se reasegura en las falsas promesas de la salud mental. Los ‘psi’ resultan la ‘mercancía soñada’ porque, a diferencia del antihipertensivo que debe de verdad hacer bajar las cifras de la tensión arterial, los psicofármacos se miden por pruebas como el test de Hamilton, donde las respuestas consisten en que el paciente se sienta un poco mejor o peor. Los nuevos antidepresivos, además, son un poco mejores pero cuestan 500 veces más que los antiguos. Ningún congreso de psiquiatría es posible sin que sus participantes acudan con la inscripción y el viaje pagado por algún laboratorio, mientras que los pacientes exigen en los consultorios la píldora que cura la timidez, los dolores, la frigidez. Marx llamaba idiotismo profesional a la práctica jurídica de aquellos jueces que creían estar aplicando el derecho natural cuando dictaban condenas que protegían la propiedad y el orden establecido. Algo de ese idiotismo debe proteger al gremio psiquiátrico para no percibir lo imposible de ese trabajo y afirmar que las quiebras individuales, los ‘quemes’ profesionales, responden al cansancio o a la falta de resistencia y estrés de algunos profesionales.

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